¿Cuál sería nuestra conducta si en una noche cerrada, en la que disfrutamos la quietud del campo abierto, el silencio es quebrado por un lastimero grito de mujer clamando por su hijo?Seguramente mencionaríamos variadas respuestas ante esta pregunta pero probablemente la calma no sería una de ellas.
El mito de “La llorona” no es patrimonio exclusivo de país alguno; en muchos países de Latinoamérica existe este personaje aunque se lo denomine de otra manera y se le dé un origen diferente.
Veamos primero quién es la llorona.
Se la describe como una mujer alta y estilizada cuyo atuendo es de color blanco; se dice que es imposible distinguir sus rasgos faciales y se afirma que no tiene pies, por lo que parece desplazarse por el piso sin rozarlo.
Se la llama 'la llorona' porque sus gemidos son tan insistentes que hasta enloquece a los perros mientras deambula por las noches (sobre todo cuando es noche de plenilunio).
Las causas que se le atribuyen a su “eterno penar” son variadas pero todas poseen un denominador común: la tragedia que vivió la mujer en cuestión.
Por ejemplo, se dice que:
Su penar se debe a que busca a un hijo recién nacido que asesinó arrojándolo al río para ocultar un pecado. Y por ello, es parte de su penitencia, castigar a los muchachos que andan de amores prohibidos: se sube a sus caballos y puede llegar a matarlos en un helado abrazo mortal.
Con la llegada de los conquistadores españoles y luego de la muerte de Marina, o sea ?
la Malinche, contaban que ésta era La Llorona, la cual venía a penar del otro mundo por haber traicionado a los indios de su raza, ayudando a los extranjeros para que los sojuzgasen.
Era una joven enamorada, que había muerto en vísperas de casarse y traía al novio la corona de rosas blancas que no llegó a ceñirse.
Era la viuda que venía a llorar a sus tiernos huérfanos.
La esposa muerta en ausencia del marido a quien venía a traer el beso de despedida que no había podido darle en su agonía.
La desgraciada mujer, vilmente asesinada por el celoso cónyuge, que se aparecía para lamentar su fin desgraciado y protestar su inocencia.